El Cuerno de África, un tablero regional donde se dirime la política global
La guerra civil en Yemen, la crisis de las monarquías árabes del golfo Pérsico, la injerencia de Turquía y la ambición de Etiopía de erigirse en líder subregional son algunas de las piezas de un complejo tablero, en el que actores extrarregionales también mueven sus fichas. Por Mariano Roca.
Con una población de 122 millones de habitantes en una superficie de 1,8 millones de kilómetros cuadrados, la importancia estratégica del Cuerno de África obedece a su ubicación geográfica en las proximidades del mar Rojo. Por el estrecho de Bab el-Mandeb, con sus 28,5 km que separan a esta región de la Península Arábiga y que conducen directamente al canal de Suez –ruta de comunicación entre el mar Mediterráneo y el océano Índico–, circulan diariamente 4,7 millones de barriles de petróleo y productos refinados.
Envuelto en una fuerte puja de intereses y sometido a la injerencia de poderes extrarregionales, el Cuerno de África se ha convertido actualmente en una verdadera olla a presión. Al referirse a este convulsionado rincón del planeta, el analista Luke Coffey, de The Heritage Foundation, no duda en definir a Bab el-Mandeb como “el estrecho más peligroso y geopolíticamente más disputado del mundo”.
Injerencia externa y debilidad interna
Tal como advierte Alexander Rondos, el representante especial de la Unión Europea en el Cuerno de África, la región ha sido históricamente “un fácil tablero” en el que han desplegado sus fichas “jugadores externos a la región y al continente africano”. Entre los eventos que han provocado en los últimos años un cambio de las reglas de juego y que la han vuelto a colocar en el centro de la atención internacional, destacan el estallido de la guerra en Yemen, el involucramiento de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en el conflicto y la posterior crisis política desatada entre estas dos monarquías del golfo Pérsico y su vecino Qatar que, a su vez, ha encontrado en Turquía un aliado para sortear el aislamiento al que lo han sometido los gobiernos saudí y emiratí.
A este conflictivo panorama contribuyen también “las divisiones existentes hacia el interior de los países del Cuerno de África, que los hace susceptibles de ser explotados y depredados por cualquier agente externo”, añade el alto funcionario europeo. Muestra de ello es que las poderosas monarquías árabes del Golfo y el gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan se han embarcado en ambiciosos proyectos de infraestructura, que aprovechan la debilidad de estos estados ribereños para convertirlos en “cabezas de playa” para la proyección de sus intereses estratégicos en el mar Rojo. En junio pasado, el Consejo de la Unión Europea emitió una declaración en la que expresaba su preocupación al respecto: “La búsqueda de influencia y activos estratégicos junto con la creciente militarización de la costa del mar Rojo se han convertido en riesgos cada vez mayores para la estabilidad de la región, con consecuencias potencialmente globales”.
“La influencia de actores externos y la combinación de incentivos comerciales y de acuerdos militares han conducido a la securitización de los puertos del Cuerno de África y a la importación de fisuras políticas externas a la región”, aseguran los investigadores Willem van den Berg y Jos Meester, del Instituto Holandés de Relaciones Internacionales Clingendael, en su reciente informe “Ports & Power: the securitisation of port politics”.
Aunque ya había sido un área de disputa entre EE. UU. y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, la comunidad internacional se desentendió de esta zona a fines de 1993, luego de la sangrienta batalla de Mogadiscio, inmortalizada en el film La caída del halcón negro que reconstruyó la emboscada y el asesinato de 18 soldados estadounidenses por parte de una de las facciones de la guerra civil en Somalia, país que se convirtió en un caso de manual de “Estado fallido” y que aún hoy carece de una autoridad política que pueda reclamar para sí el monopolio de la fuerza en todo el territorio.
La diplomacia de los puertos
En los últimos años, tal como explican Van den Berg y Meester, la evolución de los acontecimientos en esta parte del paneta ha vuelto a poner en valor la “importancia geoestratégica de la región”, lo que se ha traducido en una carrera entre potencias extrarregionales por el establecimiento de bases navales y por el control de las principales terminales portuarias del Cuerno de África. Un caso emblemático es el de Yibuti, un antiguo enclave colonial francés de apenas 23.200 kilómetros cuadrados y menos de un millón de habitantes, que consiguió su independencia de la metrópoli europea en 1977.
A la histórica presencia de Francia y la posterior apertura de bases militares por parte de EE. UU., Japón e Italia, ahora se ha sumado China, con la inauguración en julio de 2017 de la primera instalación de este tipo ubicada fuera de sus fronteras. Esta infraestructura militar se suma al acuerdo para la construcción de la mayor zona franca del continente africano, que será operada conjuntamente por el gobierno de Yibuti y el grupo China Merchants, propiedad del gobierno chino con base en Hong Kong. Arabia Saudita también tiene planeado instalar su propia base militar en Yibuti, lo que convierte a este diminuto país en un actor fundamental.
Otro de los protagonistas de esta puja son los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que en mayo de 2015 congelaron sus relaciones diplomáticas con Yibuti luego de que el gobierno de este último país rescindiera el contrato de concesión de la terminal de contenedores de Doraleh firmado con el operador emiratí DP World, que no se rinde y que acaba de entablar una demanda a China Merchants en los tribunales de Hong Kong. Rápido de reflejos, el gobierno emiratí suscribió posteriormente un acuerdo con el gobierno de Eritrea, que le otorgó la concesión por 30 años de una base militar en el puerto de Assab. A su vez, DP World obtuvo, en septiembre de 2016, la concesión por 30 años del puerto de Berbera, en la autoproclamada república de Somalilandia (antigua Somalia británica), independiente de facto desde 1991 pero no reconocida internacionalmente.
En abril de 2017, P&O Ports –subsidiaria de DP World– obtuvo la concesión por 30 años del puerto de Bosasso, en Puntlandia, estado ubicado al sur de Somalilandia que se autoproclamó autónomo en 1998, aunque mantiene su aspiración a reunificarse con el resto de Somalia bajo un sistema federal de gobierno. Esta intromisión de los EAU en la política interna somalí ha generado un cortocircuito diplomático, que se tradujo en la prohibición, por parte del Parlamento de Mogadiscio, de las actividades de DP World en todo el territorio somalí, incluyendo Somalilandia y Puntlandia, aunque la medida no deja de ser simbólica dada la manifiesta imposibilidad del gobierno central de ejercer su poder de policía sobre esas dos regiones.
Ahora bien, para entender el porqué de esta proyección de los EAU en la vecina costa africana del mar Rojo, hay que rebobinar la película hasta el 25 de marzo de 2015, cuando se inició la ofensiva en Yemen de la coalición liderada por Arabia Saudita y las monarquías árabes del golfo Pérsico, que se prolonga hasta el día de hoy. El cerebro detrás de esa operación es el jeque Mohammed bin Zayed, príncipe heredero de Abu Dhabi y subcomandante supremo de las Fuerzas Armadas de los EAU. Estas dos “petromonarquías” sunnitas buscan frenar el avance de Irán, que apoya a los rebeldes hutíes –con los que comparte su fe chiita– y la posibilidad de que, a través de ellos, Teherán se haga con el control de los puertos yemeníes del mar Rojo, en particular el de Hodeida, sometido en los últimos meses al asedio de la coalición.
Turquía y su creciente influencia regional
Por su parte, en el marco de la agenda internacional del gobierno de Erdogan y la política “neo-otomanista” de su Partido Justicia y Desarrollo (AKP), Turquía ha buscado proyectar su influencia en el Cuerno de África. ¿Cómo se tradujo en hechos concretos? Por un lado, Ankara ha venido contribuyendo con generosas ayudas económicas y programas de asistencia al gobierno central de Somalia. Como contrapartida, en septiembre de 2014, el Grupo Albayrak –propiedad de la familia del yerno de Erdogan y actual ministro de Finanzas turco, Berat Albayrak– obtuvo la concesión del puerto de Mogadiscio por 30 años. Posteriormente, en septiembre de 2017, el gobierno de Ankara inauguró en la capital somalí su mayor centro de entrenamiento militar en el exterior. Y, poco después, en el marco del primer viaje oficial de un mandatario turco a Sudán, Erdogan se comprometió a restaurar un antiguo puerto otomano en la isla de Suakin,
con el objetivo declarado (al menos en los papeles) de convertirla en un “centro cultural y turístico”.
Lejos de atribuir a esta ofensiva política de Ankara un interés meramente ideológico o expansionista, el analista Mustafa Gurbuz, del Arab Center Washington DC, sostiene que “el activismo de Turquía en el mar Rojo está motivado fundamentalmente por intereses económicos y estratégicos”, entre los que cobra especial fuerza el sector portuario. Amén de las inversiones en Sudán y en Somalia, el autor recuerda que, en diciembre de 2016, Ankara firmó con Yibuti un acuerdo para establecer en ese país africano una zona de libre comercio que, una vez inaugurada, podría fungir de “hub comercial que permitiría a Turquía exportar productos manufacturados y materias primas hacia una amplia región del África oriental”.
Etiopía, un país con ambiciones regionales
El cuadro de situación se torna aún más complejo, dadas las aspiraciones geopolíticas de Etiopía que, con sus 1104 millones de kilómetros cuadrados y su 105 millones de habitantes, es el país más extenso y poblado de la región. En un reciente artículo publicado en la revista especializada Foreign Affairs, el profesor de la Boston University, Michael Woldemariam, definía a Etiopía como “el centro de gravedad del Cuerno de África” y lo catalogaba como “el único país con aspiraciones creíbles de liderar la región”.
Sin embargo, matizaba: “Su futuro económico depende de la integración con sus vecinos”. Su condición de país mediterráneo –que perdió el acceso al mar Rojo tras la independencia de Eritrea en 1991– lo obliga a depender casi enteramente de Yibuti para garantizar una vía de entrada y de salida de su tráfico comercial.
La llegada al poder, en abril pasado, del joven político reformista Abiy Ahmed –líder del Partido Democrático Oromo– ha generado un giro copernicano en el vínculo de Etiopía con sus vecinos. Sin ir más lejos, en julio, firmó un histórico acuerdo de paz con Eritrea, que puso fin a veinte años de enemistad entre ambos países luego de la guerra que los enfrentó entre 1998 y 2000. A la perspectiva de una reapertura de los puertos eritreos al comercio etíope, se suma el ingreso de Etiopía con una participación del 19% en la mencionada concesión del puerto de Berbera –el 51% queda en manos del grupo emiratí DP World y el restante 30% en poder del gobierno somalilandés–.
Además, el gobierno de Addis Abeba ha sido históricamente la fuerza dominante de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), que reúne en su seno a ocho países del Cuerno de África –Etiopía, Eritrea, Yibuti y Somalia–, el Valle del Nilo –Sudán y Sudán del Sur– y los Grandes Lagos –Kenia y Uganda–. En un intento por mantener el equilibrio y evitar la fragmentación de una zona muy conflictiva e inestable, Etiopía ha demostrado ser, en palabras de Alexander Rondos, “el único actor con capacidad de proyectarse a lo largo de la región, para lo cual ha contado con el apoyo de la comunidad internacional”. En ese sentido, en el marco de la IGAD, Etiopía se ha involucrado en la estabilización de Somalia y en los sucesivos intentos por conseguir la paz en Sudán del Sur luego de cinco años de guerra civil.
Profundamente crítico del camino que han seguido los acontecimientos y del enfoque adoptado por las potencias extrarregionales, Alexander Rondos tampoco esconde su cuestionamiento a las políticas que han seguido los gobiernos de los países de la zona. A ellos y a su población les propone que abandonen los “caprichos del clientelismo” y tomen en sus propias manos el destino de sus naciones.
Al mismo tiempo, interpela a los actores foráneos, cuyos vínculos con el Cuerno de África han sido hasta ahora meramente instrumentales, y, a modo de conclusión, afirma: “El alto costo y el despilfarro que han significado las intervenciones ad hoc para resolver conflictos o para garantizar el éxito de sus inversiones particulares pueden transformarse en un amplio pacto que permita a la región crecer en paz, integrarse y protegerse de los estragos causados por intereses extranjeros contrapuestos, con la secuela de corrupción que traen aparejada”.